



Cuando yo me vaya, guardaré las comidas al borde del río Tajo a las afueras de Aranjuez, todos juntos, el sabor a la tortilla y los pimientos que hacía mi madre, el olor a gasolina de la Vespa de mi tío y la tenacidad de mi padre viéndolo trabajar calado de sudor. También me llevaré nuestros paseos para ver la puesta de sol en el Templo de Debod, aunque la que disfrutamos en el Generalife de Granada no desmerecía en absoluto a las anteriores, más bien al contrario; también los cafés en la terraza del Parador de Toledo, ¡ah, que no se me olvide tampoco aquel viaje a Córdoba en primavera, con motivo de las Cruces de mayo, además de las frecuentes excursiones por Cuenca, cuando los campos son un continuo jardín silvestre al borde de las carreteras desiertas! Meteré en mi equipaje, los paseos por el Rastro o aquel por las calles de París durante la noche. El fragor de los cielos desde la azotea, el aroma a café en la cocina mientras el gato me mira, las meriendas bajo la parra y el perfume de la madreselva... ¡Cuánto pesan los recuerdos!, mucho más que los kilos en el cuerpo, de los que dicen que tienen demasiados. No me importa perder porque tengo mucho que ganar; cuando llegue el día te agarraré fuerte, como el que salta de un avión sin red, y saldremos volando.